Gestos,
miradas, bromas, sonrisas, risas. Por un momento, lo único que te importa de
verdad es conservar ese sentimiento que
bombea sin cesar dentro de tu caja torácica. No hay nada más. No
quieres romper esa burbuja en la que ahora resides; ajena de los prejuicios,
protegida de ese dolor indescriptible. Y cuando es hora de volver a casa, te
das cuenta que aquello por lo que tanto has llorado los últimos días, ya no es
tan imprescindible. Y aunque te sientes egoísta y a la vez culpable, sonríes
pensando que seguir adelante vale la pena.
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